Hace dos años
que no asistía a este evento y, nuevamente, asistí pues recibí entradas de
cortesía. Apenas crucé la entrada de Corferias recordé una de las sensaciones
que había crecido en mí de mis últimas asistencias: el lugar me evoca más una
plaza que una feria. Ante este tipo de eventos soy pragmático. Fui directamente
a ciertos pabellones, a ciertas editoriales a buscar libros que necesitaba
llevarme. No apuesto por los nuevos nombres ni por las revelaciones ni por los
best sellers. Desconfío de lo nuevo, al menos en literatura.
Ya con la
satisfacción del deber cumplido me dirigí al pabellón del país invitado:
Brasil. El entrar fue impactante pues más allá de las fotografías que se
encuentran desperdigadas, el olor a pegamento que sostiene las construcciones
temporales hechas en madera golpeó inmediatamente mis sentidos. Enormes
cubículos con enormes letreros en relieve. Todo en madera.
Al principio
deambulé el pabellón, con la necesidad de observar todo su contenido y me
encontré con un enorme vacío. Una pequeña sección para los libros, para dos
autoras y un vasto espacio dedicado a la comida y la bebida. Mi impresión de la
entrada se hacía realidad. Después de revisar algunos títulos y autores que
habían traído, entré al cubículo marcado con el nombre de Clarice Lispector. De
ella conocía algunos cuentos y siempre me ha generado una mezcla de misterio
fascinación. Esperaba encontrar algo que me revelara parte de su secreto. Las
frases y sus fotos a la entrada, como fantasmagorías, impactan, encubren,
parece que se nos aparece sin decirnos quién es. En la segunda parte, una
simulación de gran cantidad de cajones, en madera, algunos abiertos con
facsímiles de correspondencia, algunas fotos, un par de pasaportes. Era como
desnudar a la autora sin pedirle permiso. En el mismo espacio se proyectaba una
entrevista realizada a Lispector, la última antes de su muerte, en 1977. Así
que atraído por ciertas frases expresadas por ella, me senté a presenciar unos
minutos de aquella entrevista.
Debo decir que
es lo que más me fascinó de aquel cubículo y en general de todo lo que encontré
en el pabellón del país invitado, pues Lispector expresaba mucho de su quehacer
como escritora, de sus dificultades, de sus inspiraciones, además de regalarnos
otras frases que completaban las que estaban entre sombras a al entrada:
“Entender es
sentir, entrar en contacto”.
“Con una bala
matas, lo demás es prepotencia”.
“No soy
profesional. Escribo cuando quiero”.
Su cara
adusta, con arrugas visibles, las manos con los dedos arqueados sosteniendo un cigarrillo
que fumaba despreocupadamente. Palabras cargadas de mucho dolor pero a su vez
de gran sinceridad sinceridad.
Después de
comprobar que no era mucha la gente que entraba al pabellón de Brasil y que se
agolpaban en el pabellón donde estaban los caricaturistas, me recordó por qué
es que no asisto con constancia a este espacio y que de vez en cuando, con la
venia del azar, podemos encontrar pequeñas cosas de enorme valor para quienes
seguimos las letras y los comentarios de escritoras que, como Clarice
Lispector, dejaron huella indeleble en el vasto camino de las letras.
*Diego Valbuena
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